Derecho a decidir

¿Tener hijos o hijas es el destino obligatorio de todas las personas, y especialmente de todas las mujeres? Esta es una perspectiva conservadora sobre la reproducción humana. ¿De dónde viene? ¿Es realista? Muchas veces este tema está condicionado por valores morales o religiosos que atraviesan con mucha fuerza las sociedades latinoamericanas. Estos acaban generando imposiciones que condicionan, principalmente, la vida de las mujeres. ¿Estamos hablando del aborto? Sí, y de mucho más. Te invitamos a unirte a esta conversación.

¿Destino reproducción? ¡Destino propio!

Nacer, crecer y reproducirse. Esa parece una hoja de ruta bastante clara. Si la seguimos, en determinado momento de la vida (más temprano que tarde) deberás tener descendencia. Un mandato que no se dice directamente, pero ¿has sentido que está ahí… y que debes cumplirlo?

En esa lógica, hay un “destino reproducción”, como nos cuenta Betania. Y la reproducción aquí es una cosa específica: reproducción biológica, en cualquier condición y a cualquier costo para las madres y su descendencia. Si te pasa por la mente cuestionar algo de eso, estarás contra “la norma”, las expectativas del resto y hasta del mandato divino.

Aquí hablamos de eso y, como anteriores conversaciones de esta serie, de ciertos temas que por incomodidad o falta de información se han vuelto innombrables: la decisión sobre el propio cuerpo; la educación sexual; la anticoncepción; el aborto.

¿Destino reproducción?

Una mujer cerca o pasada de los treinta años (a veces antes) que no ha tenido hijxs biológicos, es probable que escuche frases como “y tú, ¿para cuándo?”, “se te va a pasar el arroz”, “te estás perdiendo lo más hermoso que hay en la vida”, “el reloj biológico ya se te va a pasar” entre otras parecidas según cada región, país, contexto.

Y eso no es lo único, hay más sobre el “destino reproducción”

Una mujer que ha sido violada y como resultado de esa violación quedó embarazada, deberá según algunxs, “recibir ese regalo que Dios le ha dado”, sin dudar.  Una adolescente, o una mujer empobrecida, que no tiene información y/o acceso a métodos anticonceptivos y se embaraza sin planificarlo ni desearlo, deberá “hacerse cargo de esa criatura”. Y hasta le dirán que  es su culpa; aunque nadie se embaraza sola, no señalarán al otro progenitor.

En esa misma lógica, una mujer trans no es una mujer porque no puede tener hijxs biológicos y un hombre trans que puede gestar hijxs biológicxs no sería un hombre (para desmentir esa idea, lee sobre la hermosa pareja ecuatoriana de Diane y Zach y su hija Valerie). Alguien que cuida a otras personas o seres vivos, que sostiene la vida, que educa, que materna, no es madre si no tiene descendencia biológica. Y es que, la maternidad o la paternidad biológica (pero sobre todo la primera), en muchos contextos “debería” ser tu propósito en la vida. Cuando tienes descendencia es que te completas. Las personas que defienden el “destino reproducción” juzgarán las decisiones que tomes al respecto.

El cuestionamiento a cada una de esas situaciones es un acto innombrable. Otra vez, mejor no hablar de ciertas cosas o si vamos a hacerlo, que quede claro que no puede ser poniendo en duda el “destino reproducción”.

¡Destino propio!

El “destino reproducción” es un camino muy, muy estrecho, y lleno de barricadas para que no podamos decidir sobre nuestro propio cuerpo y nuestra vida reproductiva, sin miedo, sin culpa. No hablar de ello es una de las causas de situaciones difíciles para muchas personas y familias. Por ejemplo, solo en Ecuador, en 2019, 1 816 niñas, entre 10 y 14 años, y 49 895 adolescentes, ente 15 y 19 años, fueron madres.

Piensa en una niña o joven de esa edad que tienes en tu entorno. Quizá tu hermana, prima, vecina o tú. ¿Difícil imaginarlas con un bebé en brazos y con esa responsabilidad? En América Latina, en general, casi el 18% de las madres tienen menos de 20 años. ¿Te parece que eso puede ser un problema? Pues lo es.

En América Latina y el Caribe la mortalidad materna es la tercera causa de muerte en adolescentes de entre 15 y 19 años. Y para las que tienen menos de 15 años, el riesgo de morir por causas relacionadas con el embarazo es hasta tres veces superior comparado con mujeres mayores de 20 años. El embarazo en esas edades implica riesgos importantes, para la salud física de quien gesta y también para su educación, su capacidad para tener ingresos propios, salir de situaciones de violencia, caer o permanecer en situación de empobrecimiento.

Es cierto que hay madres menores de 20 años que tomaron una decisión responsable de ser madres, pero de eso mismo se trata: de que cada persona, en cualquier esas, pueda tomar decisiones, con información, sin miedo, sin culpa, sobre qué hacer con su cuerpo y con la maternidad biológica. Eso es lo importante. Pero lamentablemente no es así, por al menos dos razones.

La primera, es la persistencia de normas sociales y a veces también religiosas, que dictan que la reproducción es el destino, idealizando e imponiendo la maternidad a cualquier costo y en cualquier condición. La segunda, es que muchas personas no tienen la información necesaria para tomar este tipo de decisiones, y tampoco cuentan con los servicios imprescindibles para asegurar su salud sexual y reproductiva: por ejemplo, los métodos de planificación familiar o, en caso contrario, la opción de una interrupción voluntaria y segura de embarazos no deseados o no viables.

En efecto, muchas mujeres en América Latina y el Caribe no tienen acceso a métodos anticonceptivos o deben suspenderlos porque se quedan sin recursos económicos. Por ejemplo, durante el 2020, el primer año de la pandemia de COVID-19, 20 millones de mujeres tuvieron que dejar de usar métodos anticonceptivos porque falta de acceso a los mismos. Y eso sin contar que el uso de anticonceptivos se sigue considerando un asunto de las mujeres, y sus parejas sexuales pueden sentir la potestad de presionar para que ellas no lo usen o bien no usarlos.

La interrupción voluntaria de los embarazos es, por otra parte, un tema bien polémico, un nervio delicado. La consigna de “salvemos las dos vidas” está muy presente en muchos de nuestros países, y se usa para oponerse a que la interrupción de los embarazos sea legal, seguro y gratuito. Se dice que con ello se cometería un homocidio. Pero con el “salvemos las dos vidas” lo que se hacen es, en realidad, meter el problema debajo de la alfombra, como sucedió con los casos de Paola y Manuela entre otros tantos.

Eso se acompaña de muchísimos prejuicios convertidos en mandato que escuchamos las mujeres buscando generar culpa si pensamos en interrumpir un embarazo,  “¿quién la mandó a tener relaciones sexuales sin cuidarse?”, “sí, la violaron, ¿pero el feto tiene la culpa?”, “¿has pensado en las mujeres que quieren tener hijos y no pueden?”, “todo niño viene con su pan debajo del brazo”. Y así, tantas y tantas frases que generan  miedo, sea del Estado o de la iglesia: “es un delito, y debes ir a la cárcel”, “si vas a abortar, tú lo tienes que pagar”, “las mujeres que abortan serán castigadas por Dios”, “si la mujer muere es porque Dios lo quiso así”, “es Dios el único que puede dar o quitar la vida”.

Pero donde es ilegal, los abortos se siguen haciendo, aunque de forma insegura con riesgos para la salud física y mental, además de que pueden ser altamente penalizadas en cáceles. En el mundo, cada año se realizan cerca de 19 millones de abortos inseguros y peligrosos para las mujeres. La Organización Mundial de la Salud estima que el 13% de las muertes maternas son producto de esas prácticas inseguras del aborto. Esas muertes se producen, mayormente, en los países donde el aborto está legalmente restringido, o se producen en las mujeres con menos recursos económicos, que no tienen cómo costear mejores condiciones para interrumpir sus embarazos. Por el contrario, donde hay leyes menos restrictivas, el número de abortos no aumenta, mientras que sí disminuyen las muertes de mujeres en esos procedimientos o las afecciones a su salud. Para resumirlo: En países donde se prohíbe el aborto se pierden en muchos casos las dos vidas…

Se ha luchado mucho por cambiar esa situación. Mujeres, organizaciones internacionales, colectivos de lucha por derechos, organizaciones religiosas que defienden el derecho a decidir, se han opuesto y se continúan oponiendo a las restricciones que establecen las normas rígidas, los fundamentalismos religiosos y la moral conservadora que, a pesar de su discurso, no salva vidas sino restringe derechos. La lucha no es principalmente por el aborto, sino por el derecho de cada persona, especialmente las que gestan los hijos biológicos, a decidir sobre su cuerpo, y por Estados laicos que respeten esa decisión.

La educación sexual que nos permita tomar decisiones libres, informadas, justas y seguras con nuestro cuerpo, necesita ampliarse. El acceso a métodos de planificación familiar y a anticonceptivos para todas las personas, también. La posibilidad de interrumpir embarazos no deseados de forma segura, legal y gratuita, es una urgencia. La necesidad de cambiar el “destino reproducción” por el “destino propio” es, como nos dice Betania, estar a favor la vida. ¿Y tú qué opinas?

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No me casaré. Destacar que casarse (y por ende tener hijos) sigue siendo el destino forzado de muchas mujeres, especialmente niñas. Esta historia nos muestra la importancia de poder elegir y negarse a cumplir los mandatos de género, aunque en su comunidad fueran consideradas una tradición. ¿Qué pasa cuando eso ocurre en una pequeña comunidad de Guatemala?

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